lunes, 22 de febrero de 2016

Miguel Vargas, la guitarra que suena a Extremadura

Cualquier lunes por la mañana se le puede ver, por su emeritense barrio de La Antigua, charlando con sus vecinos sobre esa música que tanto ama y a la que dedica su vida mientras pasea entre las seis cuerdas de su sonanta. Un instrumento que acaricia con la misma familiaridad y facilidad con la que Messi golpea el balón porque tocar la guitarra forma parte del entorno vital de Miguel Vargas, es el alimento de su alma. Un arte, el flamenco, con el que ha convivido desde que vio su primera luz en la ciudad lusa de Beja en 1956. Allí vivió hasta los 8 años escuchando sus primeras falsetas, se impregnó del flamenco de uso y natural, el que brota espontáneo del corazón. Ese es el ecosistema que lactó Miguel Vargas, un guitarrista que cree en la importancia del hábitat del artista. “El flamenco nace de la mamaera, Antonio”, confesó en una entrevista en Cadena Ser Extremadura.
De esa mamaera, de la que también han bebido sus hijos, brota su toque lleno de verdad, sinceridad y de una esencia que se impone al virtuosismo. Lo superfluo sobra en sus acordes al igual que en su vida, la guitarra de Miguel Vargas conserva ese precioso sabor añejo hasta en la forma de coger el instrumento. Su amigo y emblema de los cantes extremeños, Juan Cantero, asegura que “es el que mejor toca por jaleos en España”. Su paisano afirma que “tiene cuatro falsetas, pero ¡qué falsetas y qué manera de sonar!”. No hay barroquismo, ni alardes ni innecesarios, ni siquiera una excesiva técnica, es un toque que penetra en el tuétano del alma, conmueve al espectador y logra lo más difícil del mundo, como diría Morente por fandangos, algo que no se puede estudiar ni aprender bien: la transmisión.
Miguel Vargas es el patriarca del toque por jaleos, aunque tenga la virtud de hacer poco ruido, ya que el ruido es redundante. Hay toques telúricos, en el sentido etimológico del término, y el emeritense es el emblema del toque extremeño. El de Parrilla o los Morao huelen a vino de Jerez, el de Diego del Gastor es cal de Morón y el de Miguel sabe a pata negra extremeño. Un toque que maquilla a la novia impaciente por ver cómo su novio llega de la feria de Alburquerque, una sonanta que evita el desahucio de los caracolitos que no pagan el alquiler, una guitarra que huela a jara en primavera.
Un guitarrista que ha acompañado a Porrina, Indio Gitano, Carmen Linares, Ramón El Portugués, Potito, Guadiana aunque retiene un recital en un lugar privilegiado de su memoria: el de Camarón en el Teatro Romano de Mérida en 1991, once meses antes de su aciago adiós. Un tocaor que ha paseado el nombre de Mérida y Extremadura por todo el mundo y al que su ciudad y su región le deben una recompensa, al menos una peña flamenca que lleve su nombre. Sería un bonito homenaje y reconocimiento a su legado, aunque él no le preocupa, porque, como dice la letra por tangos, vive su vía sin complicaciones junto a sus vecinos de La Antigua, sus paseos a orillas del Guadiana y sus clases y recitales. Una vida flamenca entre seis cuerdas y doce tiempos.