Llegó al abarrotado Auditorio de Feval de Don Benito con una
gran expectación y una importante pléyade de seguidores que anhelaban una foto
en su Smartphone con uno de sus ídolos flamencos. Israel Fernández demostró
fuera y dentro del escenario que ya no es una promesa del cante flamenco sino
que es un firme candidato a registrar su nombre en los anales de la historia de
lo jondo. En la edición número 35 del Festival de Ferias de Don Benito, el
toledano cautivó a un público entregado a su cante que es un caramelo en la
boca y un arañazo en el tuétano del alma. Cerró el festival dombenitense, bien
flanqueado a la guitarra por el malagueño Rubén Lara y al compás por Marcos
Carpio y el Pirulo. Soleá, tientos tangos y fandangos en los que sacó a relucir
esa media voz que hace perder la noción del tiempo a quien lo escucha y esa vasta
gama de matices que atesora en su garganta. Todo aderezado con su enorme
afición gracias a la que ha depositado en su alacena flamenca el conocimiento
de grandes maestros que ha sabido tamizar para crear, como cantara Fregenal en
su mítico fandango, su sello propio. Finalizó por bulerías en un fin de fiestas
junto a dos emblemas del cante extremeño, La Kaíta y Alejandro Vega, con pataíta incluida de Sorderita que no
quiso perderse el festival calabazón.
Con Israel Fernández
Previamente actuaron María Metidieri junto a Joaquín Muñino. Malagueñas,
liviana, tangos y fandangos, algunos a capela, en los que la de Talarrubias se
entregó al máximo y demostró su talento y amor por este arte que tanto respeta.
La joven cantaora, de voz potente y afinada, dejó claro que hay nueva y buena
savia que nutre el sustrato jondo y para que no se seque el árbol flamenco
extremeño. Porque el flamenco castúo también tiene el futuro asegurado con
artistas como Juanfran Carrasco. El de Santa Amalia tiene una voz que sabe a
tinaja vieja moldeada por los alfareros del arte, atesora ese metal que nos
evoca a la quintaesencia del flamenco: la transmisión. Ofreció un menú de tarantos,
fandangos, bulerías y jaleos aliñado con la guitarra de El Perla y las palmas
de Marcos Carpio y El Pirulo. El joven cantaor extremeño evidenció que se ha
formado en las dos escuelas más importantes del arte jondo: la académica y la
de las vivencias, la de la transmisión directa, esa en la que se aprende a
cantar con el alma.
El baile lo puso el maestro Jesús Ortega, primero por
tarantos, luego por alegrías. El pacense combina técnica con emoción para
presentar un baile lleno de señorío, fuerza, elegancia y maestría. Muy bien
acompañado por Juan Manuel Moreno a la guitarra y Manuel Pajares y Fefo al
cante, Jesús Ortega regaló alegría a los corazones del respetable con esa
gracia que rebosa en cada desplante. Un artista que sabe llenar de embrujo
musical y escénico su baile, un extremeño que rebosa majestuosidad, honradez y
magnetismo sobre el escenario.
En definitiva, un festival pata negra en el que no faltó el
sorteo de un buen jamón extremeño de tan buen paladar como el cante que se
escuchó en Feval.
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