“Venid, mujeres del mundo,
vamos a cambiar la vida
vamos a quitar de en medio
a las guerras y sus heridas”
vamos a cambiar la vida
vamos a quitar de en medio
a las guerras y sus heridas”
Esta letra por bulerías que alienta al género femenino a
denunciar la guerra, el machismo o las injusticias podría ser el tuétano de ‘La Guerra de las Mujeres’. Estrella
Morente encarna a la
Lisístrata con más jondura y clama por la igualdad con ese
precioso eco flamenco que atesora en su garganta. La nazarí no sólo es una
cantaora larga que pellizca el alma, es una artista desde la alfa a la omega, una
mujer embriagada por esos soníos
negros con los que Manuel Torre definió al duende y que domina el escenario
emeritense de forma magistral como ya hiciera su padre cuando se metió en la piel de Edipo
Rey. Estrella arriesga, gana y se siente libre. Decía Don Enrique que las
llaves están para abrir puertas, a él le gustaba abrirlas porque cuando se
cierran es para tomar precauciones y cuando se abren comienza la libertad.
“Sastipén talí, salud y libertad, Estrella”, le hubiera gritado seguramente a su hija, a la que
veneró tantas veces dentro de su pecho, una cantaora que abre una puerta como actriz y se consolida en el Olimpo flamenco a través de la innovación ortodoxa que
hace en cada estilo, respetando la esencia pero dándole su propio sello. Ser puro y
creativo, difícil binomio y marca de la casa Morente.
Estrella Morente. Foto: Festival de Mérida / Jero Morales
La granadina es, sin duda, el puntal de esta obra versionada por
Miguel Narros, pero ella reparte elogios al elenco: “Mi padre siempre decía que todo el
que sale a actuar debe estar al 100%, ya diga una sola frase o tenga más
protagonismo, para mí tienen la misma importancia todos”, afirmó en rueda de
prensa tras el estreno. Es la estrella que más brilla, pero Morente está
flanqueada por una constelación de artistas como su hermana Soleá, Tony Maya y
su tío Antonio Carbonell (que erizó las emociones con la saeta que abre el
espectáculo) al cante. Rodeada del poso de sabiduría de Antonio Canales,
ese volcán flamenco que demostró su maestría bailando por tangos como pocos en
el flamenco saben hacerlo. Aída Gómez, adalid de la expresión corporal, puso la
sensualidad en una escena con Mariano Bernal, un gran bailaor que se inició con
Cristina Hoyos, en un momento de la obra que embarga de canícula al témpano más
gélido.
Las bajañís de Juan Carmona (director musical que dedicó
la obra a su padre ‘Habichuela’ y a Enrique Morente), de 'Montoyita’, tío de
Estrella, y del motrileño David de la
Jacoba pusieron los acordes que se aliñaron con esa bendita
flauta jerezana de Juan Parrilla, la percusión de Lucky Losada y los coros de
las hermanas Bautista y Aurora Carbonell, la madre de esta Lisístrata con tanto soniquete. Expresaron su mensaje por alegrías de Cádiz, tangos extremeños y de 'El Piyayo', soleá con
aires apolaos de Charamusco, farruca, bulerías, tanguillos, rumbas o una versión de ese
fandango creado por Enrique en el que alertaba de los riesgos de sembrar en
tierra mala. Utilizaron esa importante gama de estilos flamencos para alzar la
voz contra este mundo de confusiones, de misiles y de motores y reclamar otro
con menos odios, más clemencia y más piedades como cantara el genio que vio su
primera luz en el Bajo Albayzín. La representación es un canto antibélico en el
que las mujeres tienen el remedio “esclarecío” para acabar con la guerra, una
denuncia contra el machismo y la desigualdad de género que ya hiciera Aristófanes 500
años antes de Cristo, un asunto que al director de la obra, José Carlos Plaza, le
avergüenza que esté tan vigente. Porque cambiarán los tiempos y no
cambian las personas como reza la sabia letra solearera.
‘La guerra de las mujeres’ se podrá ver hasta el próximo domingo
14 de agosto en el Teatro Romano de Mérida dentro de la programación de la edición 62 del festival de teatro clásico emeritense. Algunos flamencos extremeños acudieron al estreno. Los cantaores Paulo Molina y Jorge Peralta, la coplera
cacereña Raquel Palma, la bailaora de Almendralejo Carmen ‘La Parreña ’ o el guitarrista
emeritense Juan Vargas no se perdieron esta obra eminentemente jonda que usa el
flamenco como un arma cargada de denuncia. Ya lo bordó Antonio Gala: “El
flamenco lo inventó el pueblo para poder quejarse a gusto”.